Las constelaciones solían usarse en la antigüedad como un sistema de orientación para los navegantes que realizaban sus travesías durante la noche. Para reconocerlas era necesario identificar las diferentes estrellas que formaban sus figuras. Estas agrupaciones de estrellas tomaron nombres que integraban su esencia, forma y magnitud. Y aunque ya no las utilicemos para el propósito que solían cumplir, sabemos que brillan más fuerte porque están unidas y que nos pueden iluminar y guiar en los momentos de oscuridad.
Así como ellas, los seres humanos tenemos la tendencia innata de agruparnos y de buscar en otros una afinidad en común. Ken Robinson, el autor del libro “El Elemento”, llama a estos grupos “tribus”, él dice que la tribu se considera el lugar ideal para fluir en aquello que nos apasiona, para encontrar nuestro elemento. Y a su vez, encontrar nuestro elemento nos facilitará encontrar una tribu con la cual vibremos.
Robinson, considera que la tribu es un elemento esencial para el desarrollo de la creatividad, ya que las personas que la componen están conectadas por un compromiso común con aquello para lo que sienten que han nacido y esto les permite trabajar colaborativamente y complementarse unos a otros con sus fortalezas particulares.
Este esfuerzo colectivo brinda sentido a nuestra vida, tanto en el proceso de desarrollo de algún proyecto, hobbie o actividad, como al cumplir los objetivos hacia los cuales estamos caminando; la individualidad de cada uno de nosotros enriquece a los que nos rodean en un proceso de armonía y sintonía, donde el fluir de uno inspira al otro e ilumina sus propias habilidades.
El reto de hilar nuestras ideas junto con las de otros requiere esfuerzo y paciencia. Pero este mismo grado de complejidad es el que permite llevar nuestra capacidad de aprendizaje y autoconocimiento a otro nivel. Trabajar en comunidad y mediante un esfuerzo colectivo fortalece nuestras mayores cualidades y nos obliga a potenciarlas para hacer parte de algo mayor, para aportar nuestro granito de arena y para reconfigurar lo que pensamos de modo que tenga sentido para alguien más que nosotros mismos.
Los retos colaborativos fomentan el neuro-desarrollo, por ejemplo: activan la producción de adrenalina en nuestro cerebro y nuestro cuerpo, trayendo beneficios como la consolidación de la memoria, la capacidad de adaptación a nuevas situaciones y también la posibilidad de sentir un gran placer y satisfacción al cumplir objetivos complejos.
Encontrar nuestra tribu no solo potencia nuestras habilidades y nuestro sistema nervioso, también es una de las mayores fuentes de aprendizaje y desarrollo personal. Las personas con las que nos relacionamos son expresiones de nosotros mismos porque las vemos a través de nuestros lentes. Lentes que, en ocasiones, están empañados con nuestros prejuicios, miedos, ideas preconcebidas, clasificaciones, idealizaciones, expectativas, inseguridades, entre otras cosas…
Es por esto, que al fomentar la aceptación hacia nosotros mismos y el amor propio, permitimos que estos lentes con los que vemos a los demás estén más claros, más limpios y ese amor que reconocemos en nuestro propio ser lo podamos ver también presente en las vidas que tenemos al frente.
Hoy te invito a cultivar tu sensibilidad hacia otros, tener una mente de principiante, una mirada atenta, abierta y libre de juicios que te permita reconocer al otro con transparencia y descubrir lo que ese otro enciende en ti.
Con tu luz única y mágica tienes el gran poder de iluminar en otros sus valores más profundos y motivaciones intrínsecas. Con tu luz unida a la de los demás, tienes la capacidad de hacer parte de una constelación auténtica que te guie y oriente, aún en los momentos más oscuros.
Para aprender más acerca de la importancia de la colaboración en el proceso de creatividad y en el desarrollo personal, te recomiendo: